lunes, diciembre 28, 2020

Las risas del recreo

Querido Papá Noel: Este ha sido un año difícil y lo que más quiero es regresar al colegio. También quiero que se acabe esta pandemia. No quiero juguetes.


Así escribió, mi hijo de ocho años, su carta a Papá Noel. Después de meses sentado todos los días frente a una pantalla, alejado de sus amigos y las risas en los recreos, de tener que presionar un botón para poder iniciar una conversación, lo que más quiere en este mundo es volver al colegio. Sin embargo, para las autoridades parecería que el asunto no es tan grave. Y recién, luego de meses de lecciones virtuales, se empieza a hablar de un regreso parcial a clases. Ya las empresas, restaurantes, hoteles, supermercados habían vuelto a algo cercano a lo normal. ¿Por qué a los niños, a quienes más les afecta el encierro, les toca esperar?


Porque hoy las decisiones sobre nuestras vidas, sobre el bienestar de nuestros propios hijos, no las tomamos nosotros ni los colegios. Las toma el Gobierno, autoridades improvisadas, guiadas por percepciones y presión popular más que datos, evidencia o experiencia. Ese mismo Gobierno ahora decide combatir una nueva ola de contagios prohibiendo a la gente usar su propio carro (que más personas usen taxi y transporte público) o disminuyendo las horas de atención de los locales comerciales (que todos vayan al mismo tiempo). ¿No aprendieron nada los últimos meses? Insisten con las mismas medidas inservibles. ¿No ven que las restricciones a los vehículos solo favorecen el caos y el “¿cómo hablamos?” del agente de tránsito? Si la salud realmente es lo primero para ellos, las medidas deben apuntar a minimizar los contagios, no a restringir por restringir.


Quien lo diría. Llegamos a fin de año con un nuevo estado de excepción. Cuando parecía que la cosa mejoraba, los restaurantes empezaban a llenarse, las reservaciones en los hoteles volvían a subir, el Gobierno decide profundizar la crisis con sus decisiones improvisadas y esa necesidad por demostrar que hace algo, lo que sea, para luego no ser criticados si aumentan los contagios. Ahora cerramos el año viendo la triste imagen de autoridades clausurando locales comerciales. Acaba un año tan difícil con medidas que terminan de liquidar a negocios que apenas salían de terapia intensiva.


El diario Extra lo puso magistralmente en un reciente titular: estas medidas nos dejan “jo jo jo didos…”. Le quedan pocos meses al Gobierno en el poder. Ya su legado está sellado, con todo lo bueno, lo mediocre y lo malo. ¿Qué tal si, al menos como gesto de despedida, acaban con esta necedad de frenarlo y restringirlo todo? ¿Qué tal si asumen el riesgo de hacer lo correcto?


Mientras tanto, mi hijo y miles de niños solo quieren volver a sus colegios. Volver a ser niños. Lo podrían haber hecho hace tiempos. Pero el Gobierno ha preferido el camino cómodo que mejor conoce: restringir, prohibir, porque sí.


Yo, como él, espero que pronto se llenen otra vez los colegios de gritos, risas y pelotazos. Que el 2021 no repitamos los mismos errores de este año. Y que el Gobierno mejor se haga a un lado. Ya ha hecho suficiente daño. 




lunes, diciembre 14, 2020

Gran negocio socialista

Recién graduado de la universidad entré a trabajar a la OEA, en Washington. Imaginé que encontraría a gente preocupada todo el día por defender la democracia, la paz, la prosperidad y la justicia en nuestra región. En la práctica, su principal preocupación era defender y mantener su puesto. Debían justificar los proyectos que justifiquen su cargo, su sueldo y sus beneficios.


Lo que ocurre en la OEA ocurre en el sector público de cada país. El funcionario público de cualquier institución necesita justificar la existencia de dicha institución. Mientras en el sector privado el empleado tiene incentivos para generar ahorros, eficiencias y mayores ingresos en la empresa, el incentivo en el sector público es al revés. El ahorro y la eficiencia van en contra de los intereses del funcionario público, van en contra de su propio trabajo. Quien busque mejorar y dinamizar el sector público, volver más eficiente su institución, recortar proyectos inservibles, será puesto en su sitio de inmediato.


Veo a Correa, a Ricardo Patiño, Gabriela Rivadeneira y sus amigotes socialistas reunidos con Maduro en Venezuela, donde asistieron como “observadores” internacionales en las últimas elecciones. Los escucho defender a un gobierno corrupto del que todos buscan huir, a un sistema político que mata a la gente de hambre. Correa dice a la prensa que “sin lugar a dudas, el sistema electoral venezolano es lo mejor del mundo”. No es chiste, lo dice en serio.


Uno se pregunta, ¿cómo puede alguien defender un gobierno evidentemente fracasado y corrupto como el de Maduro? ¿Cómo pueden hacer el ridículo alineándose con un gobierno y un personaje así? Y la razón es la misma que tiene el funcionario público que defiende programas o instituciones ineficientes o inservibles: defienden su interés personal, su fuente de ingresos, su billete.


El socialismo es un gran negocio. Mantiene Estados obesos y corruptos de los que lucran sus fieles dirigentes, políticos, funcionarios, contratistas, arrimados, enchufados y esa élite de socialistas internacionales a la que hoy pertenecen tristes personajes como Correa y Zapatero. Ellos saben que Venezuela es un desastre. Han estado ahí, conocen bien su realidad, pueden ver y palpar la pobreza, el abandono, los abusos, la corrupción. Pero su negocio no es defender lo justo, su negocio es defender a los suyos.


Los socialistas quieren, al final del día, lo mismo que los empresarios capitalistas que tanto critican: quieren dinero, comodidades y estabilidad para sus familias. Sin socialismo en el poder, no tienen quien financie sus actividades, quien pague sus honorarios, sus hoteles, sus viajes, sus cenas. Sus ingresos dependen del éxito de sus candidatos en las elecciones, de contar con un Estado despilfarrador que reparta sin control fondos para sus consultorías, sus fundaciones, sus “proyectos sociales”, y cualquier excusa con tufo patriotero.


Correa y sus amigos seguirán defendiendo a Maduro y a cualquiera de los suyos sin importar lo corrupto o desastroso que sea su gobierno. Necesitan a los socialistas en el poder para mantener su estilo de vida. Ese es su negocio.




lunes, noviembre 09, 2020

Un populista más

Si no fuera por su rubia melena y su piel anaranjada, Donald Trump sería el perfecto populista latinoamericano. Una mezcla de Correa, Chávez, Maduro, Fujimori y todos esos políticos amantes del poder total. Es autoritario, mentiroso compulsivo, maestro en generar división en la gente para ganarse el apoyo incondicional de sus fanáticos seguidores.


Estos últimos días hemos visto a Trump, fiel a la tradición latinoamericana, gritar fraude cuando los resultados electores no le convienen. Se inventa poderosos enemigos conspirando en medio de las mesas electorales, escondiendo los votos a su favor y multiplicando los votos en contra. Lanza acusaciones, chismes y mentiras. Inventa teorías de conspiración. Amenaza con desconocer los resultados que no le favorezcan.


Mientras escribo esto todavía no terminan de contar los votos en todos los estados. Biden no ha ganado oficialmente, pero todo apunta a que será el próximo presidente de Estados Unidos. Acá y en el mundo entero seguimos la elección presidencial gringa con el interés de una elección local. El presidente de Estados Unidos es, al final del día, una especie de presidente mundial. Su influencia va mucho más allá de las fronteras de su país.


Aunque Trump no es distinto a cualquier populista latinoamericano, hay una gran diferencia: gobierna un país que goza, en general, de una institucionalidad sólida, seguridad jurídica, división de poderes, medios independientes, leyes claras, y una tradición democrática difícil de burlar. Si Trump fuera presidente de uno de nuestros frágiles países, manejaría sin problema todas las instituciones, controlaría los medios de comunicación, ignoraría la división de poderes. Acá ya conocemos bien como funciona eso. Pero allá la tiene más difícil. Las instituciones están por encima de su poder temporal.


Los liderazgos importan. Y mucho. Los Estados Unidos de Trump no son los mismos de Obama, ni Bush, ni Clinton, ni Reagan. El líder contagia sus ideas y valores, para bien o para mal. Ahora el mundo mira asustado lo bajo que ha caído la política gringa de la mano de su presidente. En Venezuela, Argentina o México no sorprenderían tanto las barbaridades que dice Trump ni las amenazas que lanza desesperado al ver cómo el poder se le va de las manos. Pero en Estados Unidos llama mucho la atención. Más allá de sus defectos, los políticos gringos siempre han tenido la elemental decencia de saber perder y respetar los procesos electorales.


Veremos qué pasa en Estados Unidos. Veremos si la institucionalidad se impone sobre el personalismo. Veremos si Trump acepta los resultados, si hace la tradicional llamada a su oponente para felicitarlo, si se da una transición pacífica de gobierno, si se respetan las tradiciones democráticas que han caracterizado a ese país. Veremos si este es solo un episodio temporal o deja una marca permanente en la sociedad gringa. Desde acá miramos preocupados lo que ocurra en un país cuya institucionalidad ha sido y es un ejemplo a seguir. Necesitamos referentes, buenos ejemplos a imitar. Si estos se pierden, perdemos todos. 




lunes, octubre 26, 2020

Verdaderos héroes

Cada vez que en Guayaquil hace un calor insoportable aparecen en las redes sociales fotos de Willis Carrier, el inventor del aire acondicionado, con pedidos de que se construya un monumento en su honor. Suena a chiste, pero no tiene por qué serlo. Las ciudades están llenas de monumentos, plazas y parques en honor a políticos y militares, mientras se ignora a los verdaderos héroes de nuestras sociedades: sus empresarios.


A diferencia de muchos políticos, los empresarios hacen nuestra vida mejor con sus servicios, sus productos, sus inventos. Y casi siempre lo hacen en silencio, con bajo perfil, dedicados a competir. Trabajando por sus empresas y sus familias, los empresarios benefician a toda la sociedad. En cambio, muchos políticos que juran servir a la sociedad se dedican a servirse del Estado para inflar sus egos y sus cuentas bancarias.


Guayaquil lo entiende. Por eso, la Cámara de Comercio Guayaquil y el Comité del Bicentenario crearon la Ruta de los Héroes del Comercio, para rendir un homenaje a empresarios y empresas locales. Placas colocadas en los edificios donde han nacido varias empresas icónicas cuentan su historia para que sirvan de inspiración, para que conozcamos mejor a los verdaderos héroes de nuestra ciudad.


Héroes como Domingo Salame, fundador de una empresa dedicada a la venta a crédito de productos para el hogar, el Créditos Económicos que todos conocemos. Héroes como Mario De Prati, que en 1940 abrió un pequeño almacén de telas, hoy la primera tienda departamental del Ecuador. Héroes como Carlos Cueva, que a inicios de los ochenta abrió una pequeña farmacia que creció hasta convertirse en el principal grupo farmacéutico del país, Difare. Héroes como José Antón, que empezó importando bicicletas, juguetes y artículos para el hogar, creando almacenes Pycca, hoy con 45 tiendas a nivel nacional. Héroes como José Antonio Barciona, que a mediados de los sesenta empezó vendiendo materiales eléctricos en su tienda, hoy Almacenes Boyacá vende muchísimo más que eso en todo el país.


Estos comerciantes y sus empresas, que junto a otras forman parte de la Ruta de los Héroes del Comercio, empezaron como suelen empezar los grandes, desde abajo, con trabajo duro, sacrificio, ganas y visión para llegar lejos. Y con un mérito adicional, enfrentaron el desafío de ser empresarios exitosos en este país, donde además de trabajar duro, toca luchar contra gobiernos retrógrados dedicados a complicarlo todo, contra trabas burocráticas, leyes antiempresa, impuestos, aranceles y reglamentos absurdos.


Mientras muchos políticos lanzan gritos de igualdad y justicia, estos héroes del comercio impulsan la economía y generan miles de empleos, en silencio. Entienden que solo salimos adelante trabajando y compitiendo en un mercado libre y abierto. No como esos falsos empresarios que reaparecen estos días, expertos en el lobby y presionar a los gobiernos para que protejan con aranceles sus falsas industrias.


El monumento en Guayaquil a Willis Carrier está pendiente. Por lo pronto, podemos dar un paseo por la ruta de nuestros verdaderos héroes. 




lunes, octubre 12, 2020

Aquí es dónde

Hay un video de Gustavo Cerati que es un homenaje involuntario a Guayaquil. Cerati va camino al concierto que dará con Soda Stereo en esta ciudad y le dice a uno de sus compañeros: “Me vuelve loco eso de ‘Viva Guayaquil ¡Carajo!’, ¿viste?”. Más tarde, gritará en el estadio: “¡Viva Guayaquil, carajo!” frente a la ovación de miles de fans guayaquileños.


Una de las mejores definiciones de lo que significa ser guayaquileño la dio el actor y filósofo urbano Andrés Crespo. En su ya célebre entrevista en Castigo Divino, Crespo cuenta: “En Guayaquil las personas son superrápidas y cálidas con tu problemática… Es como mi prima Daniela la llama a mi prima Camila. Le dice: ‘Camila, ¿qué estás haciendo?’. ¿Y sabes lo que le contesta Camila? ‘¿Dónde? ¡Dónde!’. Eso es Guayaquil... ¡Dónde! ¿Dónde nos vamos a sentar?”.


Ese “Dónde” resume muy bien una de las mejores cualidades de los guayaquileños: ir al grano, ser concretos, rápidos, definir las cosas, sin ambages, sin lambonerías, sin ataduras, libres.


Ahora que nuestra ciudad celebra 200 años de independencia, escuchamos y leemos por todos lados homenajes a su belleza, su río, su malecón, sus parques, a esto y lo otro. Y la verdad es que, si bien Guayaquil tiene barrios y lugares atractivos, no es una ciudad que destaca precisamente por su belleza arquitectónica, tiene asfalto de más y árboles de menos, y varios monumentos espantosos.


Pero a pesar de eso, Guayaquil tiene su encanto especial, su sabor, su esencia. No se trata de un parque, un barrio, una calle en particular. Se trata de su gente. Y sí, suena a cliché destacar a la gente de un lugar. No hay homenaje a cualquier ciudad que no hable de la amabilidad, del calor y de la generosidad de su gente. Pero aquí hablamos de algo muy particular del guayaquileño, de esa capacidad de ser directo y concretar las cosas, ese “dónde”, que se define en esa naturaleza independiente para tomar sus propias decisiones, para tener el control de su propia vida, no depender de terceros, no esperar que otros les resuelvan sus asuntos. En definitiva: esa necesidad y voluntad por ser libres.


El escudo de Guayaquil lo dice claro y fuerte: “Por Guayaquil independiente”. Llevamos esa independencia en las venas. Entendemos que nadie hará las cosas por nosotros. Buscamos esa independencia frente al Estado central, sus trabas, su burocracia, su centralismo. Los chicos en los colegios y universidades hacen planes para abrir su negocio propio, no para conseguirse un puesto en algún ministerio u oficina pública. Tenemos claro que nadie nos regalará nada. Que si queremos salir adelante, toca trabajar, sudarla, ganar por nuestros propios méritos.


Por eso, en estos 200 años de Guayaquil independiente, más que hacer homenajes a un lugar físico, es en su gente, la de ayer, la de hoy, la de mañana, en donde se centra el orgullo de esta ciudad. Hombres y mujeres que salen adelante con su propio esfuerzo, que no agachan la cabeza. Gente que cuando grita “Viva Guayaquil carajo”, está gritando: somos libres, somos independientes, y lo seremos siempre.




lunes, septiembre 28, 2020

Nuestra Gran Hermana

Un hombre descansa en una banca del parque junto a su amigo. De repente, una voz le habla desde el más allá: “El señor con la camiseta con dos rayas negras, póngase la mascarilla”. El hombre reacciona asustado. Se coloca de inmediato una mascarilla. La voz continúa: “No se la saque, señor… Quédese con la mascarilla puesta para salvar su vida… Gracias. Lo saluda Cynthia Viteri”.


A Cynthia le gusta controlarnos. Nuestra Gran Hermana quiere vigilarnos y limitar nuestros pasos. Y qué mejor que un estado de excepción para ejercer ese control sobre la gente. Grave consecuencia de esta pandemia: normalizar el control de nuestras vidas, las restricciones a nuestras libertades.


En otra banca, en otro parque, una pareja conversa. Noche romántica en la ciudad. Están solos. ¿O, lo están? “Ciudadanas y ciudadanos, les recordamos que están siendo monitoreados por las cámaras ojo de águila. Comunicamos que están infringiendo la ordenanza municipal sobre el uso obligatorio de mascarillas para circular en espacios públicos. Evite ser sancionado por las autoridades competentes”. La voz desanimada de un funcionario rompe la magia del momento de quienes creían compartir un momento privado. En Guayaquil alguien siempre vigila tus pasos.


En esta cuarentena que finalmente termina no faltaron las restricciones y errores municipales. Desde el comienzo, la alcaldesa marcó el que sería su papel restrictivo. Bloqueó la pista del aeropuerto impidiendo que aterrizara un avión que venía a recoger extranjeros atrapados en la ciudad. Gravísima y peligrosa decisión. Luego, ante el anuncio de un plan piloto de retorno a las aulas, Cynthia Viteri negó tajantemente la libertad de los padres de familia y estudiantes para decidir sobre sus propias vidas: “No habrá clases presenciales en la ciudad de Guayaquil en este año lectivo… Escuela que abra sus puertas será clausurada”. Y cuando ya acababa el estado de excepción, en lugar de dar paso a la apertura, decidió mantener la ridícula restricción vehicular e incluso intensificar controles con fuertes sanciones y multas. Tal fue el caos vehicular y el rechazo que este control produjo, que debió dar marcha atrás de inmediato y permitir la libre circulación de vehículos.


Al final del día, Cynthia Viteri no es distinta a muchos políticos en el mundo. Hizo lo fácil, lo popular. Restringir libertades para dar una sensación de seguridad en la población. Más aplausos genera una autoridad que restringe que aquella que defiende la libertad de la gente para tomar sus propias decisiones.


Cynthia Viteri tiene el carisma, la energía, la inteligencia para ser una gran alcaldesa. Puede ser la abanderada de la libertad en una ciudad que durante muchos años se acostumbró a los carajazos, a las restricciones, al “prohibido pasar”, al “no pisar”. Pero en esta pandemia Cynthia ha escogido el camino contrario. No confió en la capacidad de cada persona para tomar sus decisiones y escogió ser la gran hermana que controla nuestras vidas.


Nunca es tarde para cambiar el rumbo del Municipio. Todavía están a tiempo de construir esa ciudad que sí cree en sus ciudadanos y apuesta por su libertad.




lunes, septiembre 14, 2020

Dormir tranquilo

El mundo da vueltas. Los abusos se pagan. Tarde o temprano caen los sinvergüenzas.


El correísmo le hizo un daño terrible al país. Despilfarró el dinero que teníamos y el que no teníamos. Esfumó miles de millones de dólares en corrupción. Sus nuevos ricos exhibían sus lujos sin pudor. Correa eliminó las fronteras que dividen al Estado del Gobierno y al Gobierno del partido. Se adueñó de todo. Hizo y deshizo a su antojo. Él mismo aseguró ser el jefe de todos los poderes del Estado. Y sí que lo era. Bajo su mando se sometían todas las funciones. Eso de la independencia de poderes no iba con él y su gente. Así, Correa persiguió a periodistas, medios de comunicación y opositores que se atrevían a contradecirlo y criticarlo. Utilizó fondos públicos sin control gobernando en un permanente estado de excepción, un estado de corrupción. Utilizó la maquinaria del Estado en beneficio de sus caprichos. Y en el camino envenenó a la sociedad ecuatoriana con su discurso populista, de lucha de clases, fomentando el odio y la división.


Ahora ha ocurrido lo que era impensable hace pocos años. Se ha ratificado la condena de ocho años de prisión contra Correa por corrupción y ha quedado inhabilitado políticamente. Su rostro desencajado, vía Zoom, es el mejor recordatorio de que el poder es pasajero. Correa se creyó invencible, como lo creen tantos políticos y poderosos en la cima de su poder. ¿Será que los poderosos e intocables de hoy, de mañana, esos que se enriquecen pensando que la justicia no aplica para ellos, entenderán al ver a Correa que su poder tiene fecha de expiración?


Quienes soportaron la persecución y abusos de Correa hoy celebran la justicia. En especial los periodistas y medios que aguantaron ataques, aquellos a quienes allanaron sus casas y oficinas, los intimidaron o enjuiciaron sin ninguna posibilidad de defenderse. Correa está pagando más que un caso puntual de sobornos. Está pagando el resultado de diez años liderando un gobierno manchado de abusos, despilfarro y corrupción. Creyó, tal vez, que como Chávez o Fidel moriría en el poder sin enfrentar la justicia. Los cálculos les fallaron.


Ahora reclaman y nos quieren hablar de justicia quienes entregaban a los jueces en un pen drive las sentencias ya redactadas. Ahora cuestionan la velocidad del proceso en su contra quienes abusivamente condenaron a toda velocidad a este Diario por un artículo que molestó a su majestad. Al final queda la satisfacción de que haya sido un reportaje de los mismos periodistas que Correa persiguió lo que inició el proceso en su contra.


Correa ha caído. No así el populismo, la demagogia, el criminal socialismo del siglo XXI y sus variantes. Por eso estas elecciones son cruciales para enterrarlo, votando por el cambio en nuestro país. Por ahora, nos queda al menos el buen sabor de ver que nadie está por encima de la ley. Ni aquellos que alguna vez fueron la ley.


Ojalá este episodio sirva de lección para futuras generaciones de políticos. Que el destructivo paso del correísmo por nuestra historia no sea en vano. Que entendamos que los abusos y la corrupción se pagan. Que al final no hay nada como poder dormir tranquilo.




lunes, agosto 24, 2020

¡Chito Presidente!

La portada de Diario Súper lo gritó en grandes letras amarillas: ¡Chito, presidente! Junto al titular, Marlon ‘Chito’ Vera patea a su rival, el estadounidense Sean O’Malley, quien hasta ese día estaba invicto en la UFC.

 

Chito Vera merece ese titular y la ovación de sus fans. Su actitud lo hace brillar, dentro y fuera de la jaula. Chito sabe que él es el único responsable de su éxito. “Tengo la mentalidad del inmigrante. Entreno duro, llego a tiempo. Tengo tres niños que alimentar, una casa que pagar. Soy un tipo motivado que se levanta cada mañana con una misión. El cielo es el límite”, dijo en su entrevista luego de ganar la pelea.

 

Esto que parecería un mensaje obvio, en nuestra cultura no lo es. Aquí no somos muy creyentes de que el éxito depende de ti, de tu trabajo, de tu esfuerzo, que nadie te lo va a regalar. Acá nos encanta reclamar y quejarnos por falta de apoyo del Estado. Somos campeones en pedir ayuda al Gobierno para todo. Estamos contaminados por esa mentalidad proteccionista, donde salir adelante no depende del esfuerzo personal, sino del apoyo del Gobierno.

 

Nunca faltan esos artistas y deportistas que reclaman atención y recursos del Gobierno, que se quejan de que no pueden salir adelante porque los tienen abandonados. Creen que estamos obligados a pagar con nuestros impuestos sus carreras. Es que mi trabajo es importante para la identidad nacional. Así, pretenden que el Estado pague sus entrenamientos, sus obras de teatro, sus películas.

 

Lo mismo sucede con varios “empresarios” que pretenden que el Gobierno proteja su sector frente a la competencia internacional. Buscan que papá Estado encarezca con aranceles las importaciones para que unas pocas empresas protegidas se beneficien y vendan sus productos más caros, perjudicándonos a todos los consumidores.

 

Chito entrenaba en Ecuador hasta que un día se dio cuenta de que acá no avanzaría más. Hizo sus maletas y se fue a California a entrenar y competir con los mejores del mundo. Si Chito fuera una de esas empresas que viven llorando protección hubiera pedido una ley que obligue a peleadores extranjeros a competir aquí con un brazo amarrado a su espalda para así estar en igualdad de condiciones con los peleadores locales. Así de absurdo es proteger a las empresas locales de la competencia extranjera. Así de absurdos son nuestros politiqueros proteccionistas que buscan ganar simpatías dizque impulsando una falsa industria nacional. Y así nos quedamos, conformes y satisfechos, siendo el mejor peleador de la cuadra, en lugar de salir a pelear con el mundo.

 

Chito no se quedó llorando por apoyo del Estado. Entendió que dependía de él salir adelante. Que debía competir con los mejores si quería ser alguien en ese deporte. Necesitamos un nuevo gobierno como Chito. Liberal, competitivo, sin complejos. Que entienda que solo saldremos adelante si nos abrimos al mundo, aprovechamos nuestras fortalezas y nos atrevemos a enfrentar a cualquiera. Que ganar depende de nosotros, de nadie más. Que nadie llegó a campeón de nada quedándose a pelear en su barrio.



lunes, agosto 10, 2020

¿Primero lo nuestro?

Consume lo nuestro. Prefiere lo nacional. Primero lo local. Campañas como estas animan a la gente a preferir y apoyar la producción local por encima de la internacional. Y está bien. Nada malo con apelar a nuestra fibra nacionalista para vender más.

 

Lo que está mal es cuando, con la excusa de apoyar lo nuestro, el Gobierno nos obliga a comprar lo nuestro. Cuando ciertas empresas locales, en lugar de competir ofreciendo los mejores productos o precios, hacen lobbying y presionan al Gobierno para que limite o encarezca la importación de productos que compiten con los suyos. Ahí, pasamos de un entorno libre, donde el consumidor escoge los mejores productos y precios, a un entorno restrictivo y proteccionista, donde estamos obligados a pagar precios más altos solo para favorecer a unas cuantas empresas locales.

 

Hace unas semanas, la Cámara de Industrias, Producción y Empleo de Cuenca publicó un comunicado titulado ‘Inacción del Gobierno nacional pone en riesgo la industria ecuatoriana de cerámica plana’. Se quejan del aumento “desmedido” de importaciones de cerámica plana y solicitan que “se implemente una medida correctiva” para proteger la industria nacional. En otras palabras, no quieren competir y piden que el Estado las proteja. Pretenden imponer una salvaguardia a la importación de cerámica plana, lo que encarecería aún más la construcción, en una época que requiere urgentemente reactivar ese sector.

 

Afortunadamente el Gobierno no se dejó presionar y descartó la aplicación de la salvaguardia. Se respetó la libertad de los consumidores para comprar los productos que ellos prefieran. Pero el fantasma del proteccionismo sigue aquí. Siempre vuelve con sus presiones y falso discurso de salvar a la industria nacional, cuando en realidad solo busca beneficiar a unas pocas empresas en perjuicio de todos los consumidores. Las autoridades deben mantenerse firmes frente a ese lobby proteccionista que pretende ganarse a los consumidores en los pasillos del Gobierno con sus presiones y conexiones, antes de que en los mercados con la calidad y precios de sus productos.

 

El proteccionismo no funciona. Siempre fracasa. Los consumidores terminamos pagando precios más altos, y las empresas protegidas, en lugar de innovar y volverse más eficientes, se vuelven menos competitivas. No necesitamos medidas que nos aíslen del mundo y protejan a unos pocos, encareciendo la vida de todos. El enfoque debe estar en abrirnos al mundo, impulsar nuestra competitividad con medidas y un ambiente que nos ayuden a ser más competitivos y eficientes: menos trabas, mayor flexibilidad laboral, menos impuestos, más apertura e integración comercial, más acuerdos internacionales.

 

Todos podemos apoyar la industria nacional comprando más productos locales. Pero esa debe ser nuestra elección. Cada quien decide lo que compra y a quien le compra. Ni el Estado ni las presiones de grupos empresariales deben empujarnos a hacerlo encareciendo los bienes importados. Si la industria local quiere salir adelante debe ganarse la preferencia del consumidor, no los favores y protección del Gobierno de turno.



lunes, julio 27, 2020

Tan joven y tan viejo

Estoy viendo la película The Intern. Robert de Niro, un jubilado viudo de 70 años, intenta llenar sus días entre clases de yoga y paseos. Pero se siente incompleto. Un día aplica a una pasantía para personas de la tercera edad en una moderna start-up. De Niro se convierte en asistente y consejero de la joven fundadora y CEO. Aunque no está al día con las últimas tendencias y tecnologías, su experiencia termina siendo de inmensa ayuda para la empresa.

Leo en Twitter sobre la intensa campaña presidencial en Estados Unidos. Los candidatos, mayores que el personaje jubilado de De Niro, hacen campaña con la energía de adolescentes. Trump, de 74 años, y Biden, de 77 años, nos hacen olvidar sus edades. Y ni hablar de Bernie Sanders que con sus 78 años energizaba a sus jóvenes seguidores. La edad pasa a segundo plano. Solo vemos rivales dándolo todo para ganar.

Ronald Reagan tenía 69 años cuando ganó la Presidencia de Estados Unidos. En esa época lo veían viejo. Es famosa la respuesta que Reagan dio en su debate contra Walter Mondale en la campaña de 1984 por su reelección. El moderador le preguntó si su edad podría convertirse en un problema ahora que ya tenía 73 años. A lo que Reagan contestó: “No voy a sacar a relucir el tema de la edad en esta campaña. No voy a explotar, por razones políticas, la juventud y la inexperiencia de mi oponente”. Hasta Mondale celebró la respuesta. Reagan ganó sin problema su reelección.

En un mundo obsesionado con la juventud y donde todos los productos, campañas, negocios parecen enfocados en los mileniales y centeniales, queda poco espacio en el mercado laboral y otras actividades para la tercera edad. Ya desde los 40 años se vuelve complicado conseguir trabajo. Difícil, casi imposible, pensar en una empresa contratando un gerente de más de 70 años.

Sin embargo, la política y otros ámbitos nos están demostrando lo contrario. A Trump y Biden no los detiene su edad ni un segundo. Mick Jagger, a sus 76 años, sigue bailando y cantando sin descanso por los escenarios del mundo antes miles de fans. Los viejos de hoy son cada día más jóvenes. Los seres humanos nos alimentamos mejor, tenemos más acceso a servicios de salud, llevamos estilos de vida más sanos. Vivimos más años y los vivimos mejor.

Mientras muchos piensan retirarse en sus sesentas, toda una generación de políticos, artistas, empresarios, profesionales siguen activos y vigentes pasados sus setentas y ochentas. Treinta y pico años después de la época de Reagan, hoy nadie cuestionaría su edad como un impedimento para gobernar.

El estereotipo del jubilado, sentado en una banca del parque ajeno al mundo que lo rodea, se va convirtiendo en cosa del pasado. La política es el escenario donde más se está demostrando que los años no son impedimento para seguir contribuyendo a la sociedad, para seguir aprendiendo y trabajando con intensidad. La tercera edad de hoy viene recargada. Ya lo cantó Sabina: Así que, de momento, nada de adiós, muchachos / Me duermo en los entierros de mi generación / Cada noche me invento, todavía me emborracho / Tan joven y tan viejo, like a rolling stone


lunes, julio 13, 2020

Asma y pies planos

Sexto curso del colegio. Teníamos cita para el servicio militar “obligatorio”. Nos presentamos llevando bajo el brazo radiografías, exámenes y certificados con columnas chuecas, pies planos, graves condiciones de asma, miopía, epilepsia o lo que fuera para cumplir con el absurdo trámite de demostrar que el joven no puede servir a la patria en el campo de batalla. Al final, todos salimos calificados como inhábiles.

He recordado este episodio de mis 18 años ahora que ha salido a la luz que asambleístas y funcionarios han obtenido fraudulentamente carnés de discapacidad para importar vehículos más baratos.

Hay que ser muy sinvergüenza para inventarte una discapacidad y tramitarte con tus palancas e influencias un carné que te llena de privilegios. En cualquier país medianamente civilizado, estos políticos presentarían sus disculpas públicas y su renuncia. Pero acá, nuestra clase política ha alcanzado tales niveles de cinismo que siempre hay una excusa. Siempre hay otro escándalo que nos hará olvidar el escándalo anterior. Ahí continúan, en sus cargos, con sus privilegios, sin vergüenza alguna.

Pero también es verdad que vivimos bajo un sistema que incentiva estas conductas. Muchos, no solo políticos, se han palanqueado una discapacidad o un aumento en el porcentaje de su discapacidad para pagar menos por sus impuestos, servicios básicos, pasajes, o evitar que los despidan gracias a las indemnizaciones casi impagables que la ley exige para una persona con discapacidad. Y muchos más se benefician de esta trampa. Los concesionarios de autos, por ejemplo, hacen campañas publicitarias dirigidas exclusivamente a compradores con carné de discapacidad. Sí, no es ilegal esa publicidad, ni le corresponde al concesionario verificar el origen o veracidad del carné. Pero ellos bien saben cómo es la movida. Participan de un sistema corrupto y tramposo que un exceso de impuestos y regulaciones impulsa.

Como casi siempre, en este caso el Estado crea las condiciones para la corrupción. En un país abierto, justo, con aranceles mínimos, libre competencia, sin absurdos proteccionismos, salvaguardias, impuestos especiales y otros robos “legales”, no estaríamos hablando de tantos falsos discapacitados. No existiría el incentivo.

Los sinvergüenzas con sus carnés deben pagar su sinvergüencería. Nada justifica sus actos. Pero no confundamos el origen de tanta trampa. No se trata de algún gen corrupto que afecta a los ecuatorianos. El origen está en un Estado metiche que crea las condiciones para una sociedad tramposa, que siempre buscará formas para evadir regulaciones o impuestos excesivos.

El desfile de estudiantes de sexto curso con certificados médicos terminó cuando finalmente se eliminó el servicio militar obligatorio unos años más tarde. Ya no era necesario cumplir el trámite para excusarse de una obligación absurda. Gran parte de las trampas y corrupción que hoy vivimos terminará cuando el Estado deje de complicarlo todo, y nos deje importar, producir, comprar y vender a todos por igual, sin privilegios, en libertad.


lunes, junio 22, 2020

Patria de nadie

Mientras en esta pandemia muchas empresas privadas han donado millones de dólares para enfermos y hospitales, en el sector público se los han robado.

Cuestión de incentivos. A diferencia de lo que ocurre en el sector privado, en las empresas e instituciones públicas nadie sufre si se pierde plata, nadie es realmente responsable ante una mala administración. No hay incentivos para su buen manejo económico. Hay grandes incentivos para negociados y corrupción. La plata de todos es de nadie.

Por todos lados escuchamos quejas frente a la enorme y descarada corrupción que vivimos y nos dan propuestas y soluciones para acabarla. Sí, necesitamos autoridades, fiscales, jueces que sean firmes, independientes, insobornables, bien parados. Que los sinvergüenzas no puedan dormir tranquilos sabiendo que en cualquier momento caerán presos. Sí, necesitamos un sistema de educación que eduque de verdad a nuestros niños y jóvenes, que ayude a formar personas de bien. Sí, necesitamos aprovechar las nuevas tecnologías para transparentar y descentralizar el proceso de compras públicas, con sistemas que obliguen a competir transparentemente con los mejores precios, no los mejores amarres.

Todo eso es cierto, necesario y ayudaría a combatir la corrupción. Pero de poco servirán las mejores leyes y autoridades de control, la mejor educación y las mejores tecnologías mientras continúe el incentivo a robar. Y ese incentivo seguirá presente mientras existan grandes fondos públicos disponibles para ser repartidos entre los amigos y parientes del poder. Por eso, la única forma de frenar de verdad tanta corrupción es reduciendo el Estado a su mínima expresión, disminuyendo drásticamente el número de instituciones públicas, liquidando o vendiendo tantas empresas públicas sin razón para existir. No es coincidencia que la corrupción en el Ecuador haya aumentado exponencialmente durante el correísmo, época en la que el tamaño del Estado se multiplicó, con nuevos miles de millones de dólares disponibles para los amigotes de la mafia.

Existe una contradicción entre quienes claman por menos corrupción y al mismo tiempo apoyan un Estado benefactor, todólogo, metido en mil asuntos que no le competen. Solo cuando tengamos un Estado eficiente, limitado a sus funciones elementales, con los fondos necesarios para cumplir bien esas funciones y nada más, sin millones que repartir en cientos de instituciones públicas por las que nadie responde, veremos menos negociados, menos despilfarro, menos pillos paseando en Ferrari o huyendo en avionetas.

Con menos plata en manos públicas hay menos corrupción. Sencilla ecuación que los políticos de turno prefieren ignorar para que no les dañen la fiesta. Esos que nos gritan viva la patria, o que la patria es de todos, son los que se acostumbran a vivir de la plata de la patria. Plata que es de todos, o sea, de nadie. O sea, de ellos, que la manejan a su antojo.

Las coimas, los negociados y la corrupción descarada no se irán mientras sigamos con un Estado obeso que confía tanta plata de todos en manos de nadie.


lunes, junio 08, 2020

La biocoima

Por ahí leí que si a los políticos se les dejaba de pagar el sueldo durante la cuarentena, esta hubiera durado apenas unas pocas semanas. En lugar de restringirlo todo desde la comodidad de su sueldo fijo, hubieran sentido y entendido la urgencia de millones de personas por salir a trabajar. Y hubieran analizado cuidadosamente los beneficios y perjuicios de cada restricción. Ahora que lo peor ha pasado, el debate sobre la conveniencia o no de esta cuarentena continuará. Seguiremos discutiendo sus resultados, beneficios y daños. En lo que sí estaremos de acuerdo es en el enorme perjuicio económico que varias restricciones exageradas causaron y siguen causando.

Se les fue la mano a nuestras autoridades con prohibiciones difíciles de justificar. ¿Qué ganamos con un toque de queda tan temprano, más allá de embotellamientos y colas en supermercados? ¿Por qué, mientras muchas empresas como supermercados, farmacias, bancos, sector exportador, empresas de alimentos, farmacéuticas, entre otras, pudieron trabajar demostrando que es posible hacerlo con seguridad, al resto se les prohibió abrir? ¿Qué ganamos con solo permitir la venta a domicilio de comida y medicinas? Mientras en otros países los envíos a domicilio de cualquier artículo no se detuvieron, aquí solo permitieron su venta luego de la insistencia de los comercios.

Las prohibiciones perjudicaron miles de empleos. El daño está hecho. Toca mirar al frente. No caer en el mismo error de restringir por restringir. Por eso preocupa que las mismas autoridades que celebran que durante varios días no haya muertes por el virus, nos mantengan en un absurdo semáforo amarillo. ¿De qué manera ayuda a prevenir contagios el restringir la circulación de vehículos según su placa o prohibirla los domingos? ¿Qué sentido tiene que nuestros hijos sigan sin ir al colegio? ¿Por qué continuamos con un toque de queda?

“Por nuestra salud y seguridad”, dirán las autoridades. Que me expliquen de qué manera me protege el tomar un taxi un domingo al no poder usar mi carro. ¿Qué riesgo a la salud trae el volver a casa después de las nueve de la noche? Lo que sí sabemos es que miles de restaurantes, locales comerciales y negocios, ya muy golpeados, siguen siendo afectados por estas medidas.

Por todos lados nos hablan de normas, medidas, protocolos de bioseguridad. Parecería ser la nueva muletilla de los políticos para justificar sus restricciones. Y sus negociados.

Cuidado nuestras autoridades, amantes de crear ordenanzas innecesarias, hacen de los protocolos de bioseguridad la nueva modalidad para restringir al comercio, cerrar empresas por ridiculeces y engordar sus cuentas con nuevas biocoimas. Ya imagino la visita sorpresa del funcionario a un negocio para inspeccionar el cumplimiento del manual de bioseguridad. Lo puedo escuchar: “Esta es una falta muy grave, pero lo voy a ayudar, ¿cómo hablamos?”.

Hay que eliminar el semáforo y sus restricciones. No tienen sentido. Promover el uso de la mascarilla y manos limpias ayuda más que todas estas medidas que solo perjudican negocios y familias. No hay razón para postergar el cambio.

lunes, mayo 18, 2020

Obeso y borracho

El Gobierno parece dar marcha atrás con los impuestos que pensaba clavarnos. No lo hace porque de repente se ha dado cuenta de su error. Lo hace ante la presión y las críticas que generó esta criminal decisión de meternos la mano en el bolsillo durante la peor crisis del país.

Este modelo no da más. Pero el Gobierno pretende, como si nada pasara, que sigamos pagando y manteniendo los privilegios de un sector público obeso y caduco, manchado por una inmensa corrupción.

Lenín nos emocionó al comienzo. Logró importantes cambios en lo político, empezando por desmantelar a ese nefasto correísmo que lo puso en Carondelet. Pero el poder le quedó grande. Y aquí seguimos, en este país secuestrado por un abusivo gasto público para mantener ministerios, secretarías, institutos, agencias de control, agencias de regulación, consejos, superintendencias que sobran. Para pagar sueldos a ministros, subsecretarios, directores, asesores, asistentes de asesores, coordinadores, expertos en inventarse e imponer reglamentos, regulaciones, controles, disposiciones, acuerdos, oficios, trámites, normas, siempre mal redactados en documentos kilométricos que cumplen la sagrada misión de nuestro sector público: aparentar cambios para que todo siga igual, resolver problemas que ellos mismos generan, bloquear cualquier intento de hacer las cosas bien. Lo sencillo, lo obvio, lo claro no va con nuestro sector público. Su misión es complicarlo y trabarlo todo para justificar su existencia.

Este Estado borracho de despilfarro y corrupción no puede recibir ni un centavo más de ayuda de los trabajadores. Ni un impuesto más. Ni una “contribución” adicional. Pagar más impuestos en estos momentos no es asunto de solidaridad, ni de salvar al país, ni poner el hombro. Pagar más impuestos solo le hará daño al Gobierno, dándole un respiro para postergar nuevamente los recortes drásticos que debe hacer al gasto público.

Nos hemos acostumbrado a pagar impuestos, tasas y aranceles absurdos sin esperar nada a cambio. Nos hemos acostumbrado a pagar más del 20 % de nuestro sueldo al IESS sabiendo que nunca recibiremos el nivel de atención médica por el que hemos pagado y que nunca nos llegará una jubilación decente. Pagamos por una educación y salud pública que no usamos. Aceptamos el robo del Estado como lo normal. Pero ya estamos cansados. No vamos aceptar nuevos impuestos ante la incapacidad de este Gobierno de reducir, pero de verdad, el tamaño del sector público que el correísmo criminalmente aumentó.

Esta crisis nos ha abierto los ojos. Vemos con mayor claridad el modelo de Estado podrido que soportamos. Pero no vemos muy desesperado a este Gobierno por hacer los cambios urgentes. Parecería que solo quieren que pase rápido el tiempo, llegar a mayo del próximo año sin levantar mucho polvo.

Hace unos años el correísmo quiso vendernos el cuento de que los problemas del país los trajo el terremoto. Ahora nos dirán que todos nuestros males son culpa de la pandemia. Sabemos que no es así. El desastre ya venía desde antes. El modelo correísta de ese Estado obeso, proteccionista y lleno de trabas no ha cambiado.

El coronavirus no enfermó al país. Ya estábamos en terapia intensiva antes de esto. Y este gobierno solo ha mostrado su incapacidad para salvarnos. 

lunes, mayo 04, 2020

La seducción del toque de queda

¿En qué momento nuestra libertad y derechos pasan a segundo plano? Esta pandemia parecería demostrar que muchos, alrededor del mundo, prefieren perder su libertad y que otros los controlen a cambio de sentirse a salvo. Aceptamos y nos acostumbramos a que un político decida por nosotros. Nos asusta la libertad.

Prohibir es fácil. No hay mérito detrás de una medida que restringe derechos y libertades. Es la forma más sencilla de dar la impresión de acabar con un problema sin encontrar una solución real. Lo preocupante es que una mayoría parece aprobar estas restricciones. ¿Por qué quitarlas entonces?

Acá ya lo hemos vivido. Nos han prohibido comprar licor los domingos, con la excusa de reducir la violencia que su consumo genera. Nos prohíben llevar a un pasajero en la moto, con la excusa de que la mayoría de robos se realizan cuando dos personas van juntas. Las restricciones por “nuestro bien y nuestra seguridad” se imponen sobre nuestras libertades. Si mañana, ante el aumento de la delincuencia en las noches, nuestras autoridades impusieran un toque de queda, ¿lo aceptaríamos también?

Con esta pandemia, hemos dado un cheque en blanco a nuestras autoridades en todo el mundo para que limiten nuestras libertades. Y ciertos políticos parecen competir por quién restringe más. Aceptamos en silencio toques de queda exagerados o la prohibición de trabajar aunque lo hagamos guardando todas las medidas de seguridad. Algunos hasta parecen disfrutarlo, convirtiéndose en policías de su barrio, listos para denunciar al primero que salga a pasear a su perro. Otros incluso exigen a las autoridades que sean más estrictas, que prohíban más.

Sí, estos no son tiempos normales. Muchas de las medidas han sido necesarias. La pandemia y sus peligros son reales. Las autoridades tienen una enorme responsabilidad y presión. Deben lidiar con la enfermedad, las muertes, la crisis económica, y hasta amenazas de juicios por las decisiones que toman o dejan de tomar. Pero eso no justifica prohibirlo todo sin considerar el efecto de las restricciones. No justifica tomar decisiones improvisadas basadas en percepciones. Han optado por el camino fácil de encerrarnos a todos para que después no digan que por su culpa alguien enfermó o murió. No han buscado el balance justo entre nuestra seguridad y libertad.

Hay que combatir esta errada idea de que restringir más es gobernar mejor. El mejor gobierno es aquel que impulsa una sociedad más libre. Un día, al mirar atrás, seguramente lamentaremos cómo las decisiones políticas hicieron más daño que el virus.

“Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo” se titula la carta firmada por Mario Vargas Llosa junto a expresidentes y líderes preocupados por gobiernos que “toman medidas que restringen indefinidamente libertades y derechos básicos”. Hemos probado ese mundo con el que sueñan los gobernantes autoritarios. Cuidado nos gusta. A ellos, ya sabemos que les encanta. Nada tan seductor como el poder y control que da un toque de queda.

Este receso que hemos dado a nuestra libertad a favor de la salud debe acabar pronto. Cuidado se hace costumbre. Ojalá entendamos que la única política que trae bienestar es aquella que protege y garantiza nuestra libertad individual. El resto es un placebo.